Sólo 150 km me separan de la aldea de Mai Chau pero la relación espacio-tiempo se dilata porque sobre las carreteras ruedan muchas motos, coches, buses, camiones y alguna bici que convierten a la circulación en un excitante desafío donde el pacto entre los vehículos es vital para que cada uno alcance su destino. Sobre la vía, de unos tres metros de anchos, está pintada, en ocasiones, una línea blanca longitudinal y continúa que se covierte en la guía cuando sendos bordes de la calzada están reservados para las motos y la cuneta para puestos de verduras.
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Un trayecto movidito, como se dice cuando algún sobresalto provoca un cierre de ojos y apretón de puños.
Cuando salgo de la furgoneta, estiro mis piernas y observo los verdes campos de yuca, caña de azúcar y los infinitos arrozales que serán testigos de mi caminata.
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En la aldea de Poom Coom tengo mi primer contacto con la etnia Thai y conozco a Dung que será junto con Hero (que me acompaña desde Hanoi),la brújula en mi travesía. Tras un descanso para almorzar y coger fuerzas abandono la tracción de las ruedas de la furgoneta y las sustituyo por la fuerza motriz de mis piernas. Renuncio al sedentarismo y durante tres día me convierto en nómada errante por laderas y caracol con mochila a cuesta.
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Lo que más me sorprende al recorrer los caminos que separan unas casas de otras es la cantidad de niños que corren por doquier. Descalzos con las uñas negras y mocos que cuelgan de sus narices van de un lado, corriendo y un tanto desconcertados ante mi presencia.
En este aldea, el agua es una escasez, no hay río cercano y sólo Gang a Vang el jefe de la aldea posee un pozo. En su casa pasaré la noche. En su choza alargada con tres estancias viven seis personas que duermen todas sobre una tarima alargada de madera sobre la que una manta hace de colchón. Todos juntitos, tres generaciones. Cuentan con luz eléctrica pero no con agua corriente o gas para cocinar.
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La niebla flota sobre las montaña y cubre el valle cuando ocurece y al amanecer y ahí sigue: diluyéndose. Testigo silencioso de los ladridos de los perros y el canto del gallo al alba.
Temprano dejo atras la aldea de los Hmong y comienzo a recorrer la senda que timidamente se abre paso entre el bosque tropical. La pista empinada y estrecha, rocosa y solitaria con troncos horizontalmente colocados que sirven como frontera y marcador de la propiedad de cada linaje, se extiende sobre toda la ladera hasta alcanzar la aldea de Tai negro.
Los Tai actualmente son más de un millón de personas que viven en las cuestas más bajas de las montañas. Este emplazamiento les proporciona acceso a agua. Son muy cordiales, más que los Hmong quizás debido a que al contar con agua viven más cómodamente. Son un pueblo antiguo principalmente agrícola. Las mujeres como en el resto de pueblo son las encargadas del cultivo, los hombres deciden pero no actúan. La adoración de los antepasados en uno de los ritos religiosos que carazterizan a esta minoría.
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Aunque los Tai Negro adoran al dios de la tierra y para venerarlo construyen altares en frente de sus hogares.
Tras recorrer durante cinco horas las laderas de las montañas sin cruzarme con nada más que paisajes silvestres y naturaleza bravía donde no ha pisado la evolución industrial arribo a la villa de los Tai blanco en Van.
Mi morada es la casa de la señora Oong, que cuida y organiza la vida diaría mientras su marido está en la ciudad. Sus cabellos son negros como el azabache, sus brazos y manos largos como el cuerpo de una serpiente y su vitalidad, a pesar de sus 60 años, inagotable.
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Las viviendas de los Tai se levantan varios metros de la superficie mediantes cuatro tabiques de madera en cada esquina. El interior se recubre con ramas de bambú tanto el suelo como las paredes y, el techo a dos aguas, se refuerza con listones de maderas.
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La provincia de Mai Chau es agnóstica. En ella viven 47.100 personas de las cuales 46.548 se declaran no creyentes. Los Tai rinden culto a sus ancestros. COnciben la muerte como un adiós provisional, una etapa donde hacia el otro mundo, en el que se reunirán de nuevo. En frente de la puerta principal de la vivienda colocan un altar con ofrendas y cuando organizan un encuentro o un banquete ningún participante se colocará de espaldas al altar.
Tras pernoctar en la aldea de Va, continúo mi travesía hacia Xam Khoe. atravesando aldeas humildes en las que sobreviven los agricultores y campesinos.
Abandono las montañas y los caminos son llanos y áridos (sensación que se tripicla consecuencia del húmedo calor).Un intento de prosperidad inunda los caminos por los que circulan jóvenes en bicicleta que van y vienen de la escuela. Dependiendo de la procedencia, algunos estudiantes pedalean o caminan 7 km. Muchos se quedarán en sus casas recolectando arroz. Del interior de las cadas suena música que se mezcla con el rugir de las motos de procedencia rusa montadas por los nuevos jovenes vietnamitas que, a ritmo de Hello!! saludan al forastero.
Caminante no hay camino se hace el camino al andar. Qué gran verdad!! Efectuando un movimiento mecánico como es el de mover un pie tras otro, he viajado en el tiempo(me atrevo a decir), en el conocimiento de las costumbres; he descubierto procesos de agricultura y he reflexionado sobre las claves del desarrollo.
Esta profunda trayectoria a través de montañas y valles, rodeada de naturaleza y exenta de tecnología es aliento para el alma y éxtasis para el cuerpo. Es simple camino, simple vida
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ME HA ENCANTADO!!!!!!
ResponderEliminarHE APRENDIDO UN MONTÓN LEYÉNDOTE, LEYENDO TANTAS COSAS SOBRE LA CARA ORIENTAL DEL PLENETA, SU VIDA, SU HISTORIA, SUS GENTES, SU CULTURA...
ME FLIPARON, SOBRE TODO, LAS FOTOS DE VIETNAM. SI TENÍA GANAS DE IR, AHORA MÁS.
BESOS.